Una mala respuesta es negativa, pero mucho peor es no responder.
Internet se rige por el principio de correspondencia. Las relaciones
online se construyen sobre el intercambio de vínculos. Cuando tú
me enlazas, yo te correspondo. Si dejas un comentario en mi web,
yo haré lo propio en la tuya. Que te suscribes a mis contenidos,
cuenta con que seguiré los tuyos. ¿Te apuntas a mis redes? Ya
tienes otro fan, seguidor o amigo.
Así funciona la historia. Y si no
participas, estás fuera de juego.
Por eso, las marcas no deben aspirar sólo a generar impactos
o difusión en la Red. Ganan reputación en la medida en que
consiguen mantener lazos duraderos con sus interlocutores.
Después de mi experiencia virtual con el mundo de la calefacción,
podría interesarme estar al tanto de los nuevos vídeos que vayan
publicando en el sitio blog de mi caldera. Oye, me gustaron
tanto que hasta lo insertaría en mi propia bitácora. Por supuesto,
agradecería la posibilidad de guardar sus enlaces en mis favoritos.
Llevaría fatal que no me permitieran comentar más sus contenidos.
Y, llevado por el entusiasmo, hasta invitaría al colega del calentador
a mi comunidad virtual de marketing. Qué más se puede pedir.
Nada. Eso lo máximo.
Pero para que sea posible, primero, debes
asentar los cimientos y, después, levantar la estructura.
La base se construye abriendo comentarios en tu sitio web,
brindando canales RSS de suscripción, publicando actualizaciones
con enlaces permanentes y extendiendo tus propuestas en redes
y agregadores sociales.
La estructura se elevará tanto como te esfuerces por satisfacer
a tus suscriptores con nuevos contenidos; enlaces a los sitios
web que han enlazado con tu marca; aportes tus comentarios en
los espacios que traten sobre ella; participes en las redes a las
que has sido invitado; y respondas a las opiniones que dejen en
tu sitio blog.
Así de fácil, así de complicado.
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